La música popular bailable: identidad cubana

La música popular bailable constituye uno de los rasgos identitarios de la cultura en la Isla caribeña. De sus diversos estilos acriollados y su innegable influencia en el mundo hay que señalar sus orígenes español y africano; la mayoría de los ritmos actuales son fusiones o mezclas de esas dos fuentes.

Por un lado, la inmigración europea (principalmente española) llegó con el zapateo, el fandango, el pasodoble y el retambico, y más tarde insertó el minué, la contradanza, el vals y la mazurca. Según Fernando Ortiz, el primer folclorista cubano, los esclavos africanos y sus descendientes crearon variados instrumentos de percusión y conservaron los ritmos que habían conocido en su patria.

La contradanza cubana es importante precursora de otros ritmos danzarios. Llegada en el siglo XVIII desde Europa, su primera versión criolla apareció publicada en La Habana, en 1803, y fue nombrada San Pascual Bailón; mostró el conocido ritmo de tango o habanera que la diferenciaba de la europea. La pluma de la Condesa de Merlín, en 1840, anotó este comentario: “Las mujeres de La Habana tienen un furioso apetito por el baile y pasan noches enteras elevadas, agitadas, como locas y derramando sudor hasta que caen exhaustas”.

El danzón —considerado el Baile Nacional cubano— fue creado en la occidental ciudad de Matanzas por Miguel Faílde, en 1879. Su orquesta exhibía un formato derivado de las bandas militares e incluyó varios instrumentos de viento metal, violines y un timbal cóncavo. La aparición posterior del formato de charanga francesa era más apropiado para la danza de salón. Tanto el danzón como el formato de charanga ejercieron notable influencia en el desarrollo de géneros posteriores como la guaracha y la rumba.

Ya en el siglo XX, las décadas de 1940 y 1950 devinieron referentes para las transformaciones ocurridas en épocas posteriores hasta el momento actual. Aquella fue una etapa de tránsito en la que, paulatinamente, se produjo un proceso de cambios, transculturaciones e interinfluencias entre las distintas manifestaciones de la música nacional y las que llegaron de otros países.

En una de sus múltiples investigaciones, la musicóloga cubana María Teresa Linares apunta que los conjuntos de Arsenio Rodríguez y Casino de la Playa marcaron un modelo seguido de inmediato por muchas otras agrupaciones. El formato del conjunto se amplió para que su volumen llegara a grandes locales y espacios al aire libre; se duplicaron las trompetas, se incluyó al piano para reforzar los “tumbaos” armónicos del bajo, mientras que las tumbadoras introducían nuevos ritmos que alternaban diálogo con el bongó y permitían otra expresión corporal en los pasillos del baile. Además de esos conjuntos, hubo otros que asumieron un cantante bolerista como la Sonora Matancera, con Bienvenido Granda, Celia Cruz y otros invitados; el Conjunto Saratoga, con Lino Borges; y el Bolero del 35, con Tata Gutiérrez.

En 1939 surgió en Cienfuegos la Orquesta Aragón, que luego se radicó en La Habana bajo la dirección de Rafael Lay. Enrique Jorrín introdujo el chachachá en la populosa esquina habanera de Prado y Neptuno; fue el género que identificó a la música cubana en el mundo por casi dos décadas.

Asegura Linares que el proceso de cubanización culminó con la Banda Gigante de Benny Moré. Cuando llegó a La Habana (procedente de su natal Cienfuegos, en el centro de la Isla) ya había cantado sones y canciones; luego recibió influencias en la orquesta de Dámaso Pérez Prado, en México. Su repertorio fue un muestrario de cantos y bailes representativos de todo lo que se divulgaba en la década de 1950: el mambo, el son, la guajira, el afro, la rumba, el montuno y el bolero.

Tras el triunfo revolucionario de 1959 apareció en la escena nacional un cantautor que revolucionó los cimientos de la música bailable: Juan Formell, el mismo que fundó la orquesta Los Van Van para convertirse en cronista de una época agitada, plena de transformaciones. De formación autodidacta, Formell puso a bailar a los cubanos de una punta a otra de la Isla y en sus temas reflejó con acierto y picaresca a la gente y su vida cotidiana.

El fenómeno Irakere, con Chucho Valdés a la cabeza, también removió las bases del baile popular en Cuba e incorporó a su sonoridad instrumentos legados por la emigración africana. Valdés, pianista, compositor y arreglista, es uno de los músicos cubanos más reconocidos a nivel mundial y continúa hoy su intensa carrera con una agrupación que dio en llamar Afrocuban Messenger.

Detrás de Los Van Van surgieron nuevas orquestas como Son 14, nombrada luego como Adalberto Álvarez y su son —por su director y fundador—; NG La Banda, comandada por el flautista, compositor y arreglista José Luis Cortés; Yumurí y sus hermanos; Pablo FG; Bamboleo; y una pléyade de agrupaciones aparecidas con el boom de la salsa que han llegado hasta estos días con nuevos nombres como los de Elito Revé y su Charangón; Alexander Abreu y Havana D´ Primera; Maikel Blanco y su Salsa Mayor; y El Niño y La Verdad.

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Un comentario sobre «La música popular bailable: identidad cubana»

  1. […] La música popular bailable, sin importar de qué género provenga, siempre ha sido algo que ha ayudado a que existan artistas como @Mauricio Figueiral, son los que hacen que el mercado funcione de alguna manera y que genere una retroalimentación económica que permita la realización de otros proyectos. Por tanto, hoy en día, no es raro encontrarse artistas como Gente de Zona en los principales escenarios internacionales. […]

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